viernes, 18 de mayo de 2007

El funeral de D. Malaquías (Pilar A.)

Hoy hace ya cinco años que enterramos a D. Malaquías, y todavía no he olvidado lo que me tocó vivir y que si alguien pone en duda lo que vi puede preguntar a los que fueron testigos, al igual que yo, pero no creo que ninguno esté dispuesto a contar lo que allí pasó.

D. Malaquías aún no había cumplido los sesenta cuando murió y de esos llevaba casi treinta siendo nuestro párroco y todos ellos estuve yo con él de sacristán. Pero a pesar de compartir tantas horas juntos, he de reconocer que nunca se acaba de conocer a las personas y que a veces te salen por donde menos te lo esperas, pero que tampoco soy yo quien para juzgar a nadie, que de D. Malaquías guardo un grato recuerdo, que siempre fue bueno conmigo y se desvivía por ayudar a cuantos podía.

El buen hombre se fue plácidamente, como había vivido, se le paró el corazón y lo encontró el monaguillo, sereno y tranquilo, como si durmiera, tendido en el suelo de la sacristía.

Por el velorio pasó todo el pueblo. A punto estábamos de cerrar la caja, cuando apareció la señorita Monse, la maestra, recorrió el pasillo central del templo sin mirar a nadie, despacito, como si nada le importara, con la mirada fija en el féretro que estaba a los pies del altar.

Subió parsimoniosamente los cuatro escalones que separan el presbiterio del resto de la iglesia y entonces me di cuenta que traía el semblante desencajado y parecía como si hubiera llorado mucho, apretaba contra su pecho algo que al principio no fui capaz de reconocer.

La señorita Monse se acercó al ataúd, acarició levemente el rostro helado del difunto y entonces me di cuanta de lo llevaba entre las manos y cualquier cosa hubiese imaginado que fuera, menos lo que vi.

Que en mi vida hubiera sospechado que aquellas sandalias tan livianas, con un tacón tan alto y tan afilado como un punzón, con apenas unas tiritas de charol negro como toda compostura, pudieran haber sido calzadas por la señorita Monse, a la que yo conocía desde que era cría, y ni siquiera en su mocedad la vi pisar con un tacón de más de dos dedos de alto. Pero de ella eran y bien usadas que estaban, con la suela tiznada de pisar el suelo.

Lo cierto es que aunque se me pueda tomar por loco, yo estoy bien seguro de lo que vi y es que cuando la señorita Monse le puso las sandalias entre las manos inertes, aquel hombre, con la faz grave y solemne, que llevaba muerto y bien muerto casi dos días enteros, sonrió.

A todos los que estábamos cerca del féretro nos entró un nerviosismo y un desasosiego sin saber que hacer, el Vicario, que había mandado el Obispo para los funerales, me hizo una seña para que pusiera la tapa, mientras agitaba el hisopo como un alucinado, y echaba agua bendita a diestro y siniestro, intentado que ninguno de los parroquianos se dieran cuenta de lo que allí estaba pasando.

Así que rápidamente apartamos a la señorita de un empujón y entre el monaguillo y yo mismo cerramos el ataúd, mientras ella lloriqueaba y se enjugaba las lágrimas con un pañuelito blanco, y así metimos a D. Malaquías a la sepultura, con las sandalias de la señorita Monse entre las manos, y creo que allí seguirá sonriente y feliz para toda la eternidad.

Poema (Eva Maria Salinas)

Brillante

ángel de mis noches

la luz colmó mis pupilas ante tu presencia

desafiando los vientos que atormentaban mis ventanas

Te vestiste de alma y canción

arrullando mi sed de existir

despertando las olas

las columnas en q me amarraba

Llegaste

aleteando en mi mente

mis ojos se cubrieron de tu imagen

y el deseo navegó

abruptamente por mis venas

Palabras normales (msq)

toqué la mano donde se posó el libro

abriré una puerta a las letras

sentí lentamente

la melancolía en sus cinco sílabas

oí silbar el crepúsculo

en el pico de un pájaro

espinosa herida del corazón

que lejos quedó

escucho el piano lento

que lo convierte en canción y debo

conminar la puerta entreabierta

así pasar páginas de la vida

dedo entre dos días

afluente entre dos laderas

una de sombra

otra de sol y piedras

oh, pacífico animal

que normal estás

de madre salido blando el cuello

jalón entre dos lindes

ramal entre dos nudos

las ventanas que acercan el deseo

llegan hasta aquí

desnudan su mudo aleteo


Anácora (Erick Strand)

Qué te has hecho de mí

¿Un vestido? ¿Un frasco? ¿Una costumbre?

Tal vez te has formado ideas

Parecidas a anácoras

Largas, gruesas, solitarias y sufrientes

Esperadoras de proverbial paciencia

Eficientes como alguien

por quien no pasan las horas

ni las sensaciones

Puedes aparentar estar dormida

Por los años por venir

Inosecta y serpiforme

Septua o tanática

Imprómica y abulladora

Como a los trece

Cuando comenzaste el sueño

En el que mi cadáver regresa y te conforta

sin resquicio ni gemido

Mistémico

Cárstico

Minímato

Apareces con ganas de envolverme

Nos hemos recorrido a gusto y gana

Hemos retorcido las cosas, además,

a nuestro antojo

Hasta hacerlas irreconocibles:

Los sesos adornando el exterior del cráneo

Peluca de poliéster

Para recapacitar

Las venas como medias de rendija

Para la piel

suave como el destino

Hasta que ocurre

Las palabras

Como inhalaciones contenidas

hasta que se dicen y nacen y suceden

Los besos

Que saben a metal

a teclado sin ñ

a burbuja más que a nada

a borbotón de muestra

a beso de otros

a uno que dí a alguien hace mucho

y a ambos soy incapaz de recordarlos

El sexo

Que en vez de dar

acapara

USA

y desprecia


Intuyo

Que me digieres

Homenaje mariposa de obsidiana (Nacho)

Veo alzar el dulce lamento

mariposa de obsidiana

aprisiona tus alas al viento

como el rocío a la mañana

oigo el recodo de tu quejido,

la blanca tez y la mirada,

con el más blanco tejido,

en hierática hebra atrapada.

Matrimonio de hojalata

que hiere desconcierto

esperas nerviosa, pacata

él viene con vara. yerto.

de vivos colores ocultos

bajo la noche embriagada,

de embriaguez inulto,

del golpe a la cuchillada.

Vuela alto, vuela fuerte

mariposa de obsidiana,

la fe lleva a la muerte,

noticiar, a anciana.

Me gustaría invitarte a un café (Anabel)

Me gustaría invitarte a un café.

Saber si lo tomas con leche o con dos azucarillos.

Adivinar cuántas vueltas vas a darle a la cucharilla.

Ver cómo intentas enfriarlo soplándole tu aliento.

Cómo te acercas la diminuta taza, con cuidado para no mancharte.

Oír el tintineo de la loza al dejarla sobre el plato.

Observar la lengua que limpia la espuma de tus labios.

Compartir un espacio tan pequeño sólo contigo, frente a frente.

Mirar mi reflejo en tus ojos.

- Bueno, ¿qué te pasa?

Y tener el valor de contestarte:

- Sólo me pasas tú.

Suceso (msq)

voces regulares se habían doblado en la encrucijada

sitio de bandadas de pájaros

en el ángulo donde volviste la vista

hay susurros del viento que no engaña

las sombras alargadas ya no están

no te digo quédate porque sabemos que no sirve

el viento el mismo aire enrojece la culpa

los deseos son desiguales pero se encontrarán

la grave parábola se alarga ungiéndose

en el atardecer verde oscuro incesante

da lo mismo una noche más que una menos

hemos perdido la sábana oscura que nos separa

La vida no es un derecho (Kepa Uriberri)

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. Sólo el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz y era buena: Entonces la separó de las tinieblas.

Génesis 1: 1,4

Génesis 1: 1,4


En definitiva era rubiola. Las pintas rojas que habían aparecido en la cabeza y el cuello, y progresaban rápido hacia el pecho y la espalda eran un síntoma rotundo. El médico sin dudar un minuto, ni preguntar la opinión de la enferma; también lo fue: "Te espero el próximo miércoles en la clínica". "¿Para qué doctor?" se sorprendió ella.

Es posible que el persistente encuentro con la tragedia, la desesperación o incluso la muerte, termine por templar de una manera rara la voz de los médicos. Parecieran haber aprendido a ser sedantes sólo con el tono y la cadencia de su decir. Sus palabras se oyeron como si ofreciera un preciado regalo: "Te vamos a hacer un aborto, chiquilla". Le explicó después que la rubiola sería fatal para el feto: "Tendrá, seguramente, alguna malformación y ceguera, o bien parálisis cerebral". Le hizo ver que ella ya tenía otros dos niños y además era joven todavía como para tener varios más. "¿Para qué querrías hacerte cargo de un niño defectuoso que te destrozará la vida?".

El marido no colaboró. Escandalizado le dijo: "De ninguna manera permitiré que maten a mi hijo". En vez de eso, propuso, "hacemos lo siguiente: Esperamos que nazca, como corresponde, y si sale tonto o ciego o con defectos al corazón, entonces lo matamos". Si la noticia del médico la había sorprendido, la reacción del marido la asombró mucho más: "¡Cómo se te ocurre una barbaridad igual!" protestó casi con asco.

Sólo diré, pues no es mi intención el relato de esta experiencia; que a partir de la brutal proposición del marido nació en ella, después de horas de conversación, el concepto que el aborto era un asesinato tan atroz como el otro.

Ya sea una cuestión de fe o de respeto a la vida, este suceso enfrenta un conflicto en el que juegan infinidad de considerandos que llevan a transformar al aborto en un tema de lento progreso en el acuerdo social, pero de vertiginoso desencuentro en las pasiones. La cantidad de conceptos que se enredan unos con otros no conducen a una sentencia ética o moral única sino muy por el contrario, tan multivariada, que es difícil un encuentro.

Quisiera poder comenzar esta reflexión en un orden estructural esencial. Talvez por eso he elegido como epígrafe el comienzo del génesis. No es que el aborto sea un problema del génesis de la vida, aunque sí es un considerando, sino que me sé parte de un gran todo: El universo, al que ni siquiera comprendo; ni aún en su origen. No me importa si el modelo que mejor lo interprete se base en la ciencia, en la fe, en un compromiso de ambas, o que el entendimiento que de él se pueda lograr se base en la razón o en el sentimiento, o por último en la sospecha intuitiva. Lo que interesa es que ese modelo refleje apropiadamente el génesis del concepto en conflicto. Pero no lo hace. El universo se inicia, según cualquiera de los modelos que nuestra cultura nos ofrece, como ausente de vida. ¿Donde y cuando comienza ésta?. Talvez sea que la vida es sólo un proceso electroquímico autoregulado, producto azaroso del infinito ensayo y error natural.

Aceptar o rechazar el aborto requiere entender con claridad qué es la vida. Dónde comienza como fenómeno particular y como cuestión genérica. No es posible respetar una grafía vacía, un dibujo sin símbolo, un sonido sin referente. En el problema del aborto pareciera estar en juego, como pivote central, el problema del comienzo de la vida humana, pero como decidir donde comienza cualquier evento humano si no comprendemos el evento mismo. Decidir cuando comienza la vida humana requiere saber cuando hay vida y cuando no, y entonces saber cuándo y cómo podemos separar la vida en distintos estancos: Vida humana, vida despreciable, feto, embrión, no vida, o más. Todo comienza cuando sucede ese quiebre, esa gran instrucción: "¡Que haya luz!". Habrá quien se niegue a aceptar la alegoría y el mismo evento lo relate de otro modo, quizás así: En aquel momento aún no había un entonces y la nada convulsionó. En cualquier relato el suceso compromete solo materia o energía, toda inerte, sin vida. Entonces comienzan las preguntas: ¿De qué naturaleza es la vida? ¿Es de una distinta que lo físico, lo electroquímico? ¿Hay un soplo?. Es posible que ahí esté el disenso. Si la vida en general es de la misma naturaleza que la materia, que la energía, es entonces tan sólo un fenómeno incomprensiblemente complejo, pero de una índole no diferente que el reposo de una piedra bajo el agua cristalina de un arroyo. Si así fuera: ¿Por qué no dudamos de mover la piedra?, ¿De cortar el árbol?, ¿De secar el agua?. ¿Sería distinto si fuéramos piedra de río?. Talvez si así fuera querríamos fijar normas para mover cada piedra o secar el río. Pero si la vida es un soplo en el barro, de una naturaleza superior a la fría piedra, entonces hay algo que sobrecoge y obliga al respeto, pero sólo si ese soplo tiene algo de sagrado. Si no lo tuviera sería otro componente tan prosaico como el barro y sólo diferente.

Si la vida es un soplo sagrado habrá que preguntarse si éste es un don o un préstamo. Pues si es un don entonces es propia y si es propia el problema es de libertades, pero si es un préstamo, entonces habrá de respetarse como ajena, y nunca propia.

En cualquier caso, cuando se busca para el aborto un camino ético, se suele enjuiciar la presencia de vida, o incluso la viabilidad de vida independiente y sustentable por sí misma. Es en este punto donde la falta de un conocimiento profundo del fenómeno de la vida me llena de confusión: ¿Es el embrión y luego el feto, y más adelante el niño un órgano más de la madre mientras no tiene independencia de ella?. Y si es así: ¿Desde cuando? y ¿Hasta cuando?. Tal vez desde que el embrión se implanta, quizás hasta el alumbramiento, o puede ser sólo hasta que es viable por sí mismo. Me planteo en este caso dos dudas: El recién alumbrado: ¿Es viable por sí mismo?. En realidad no. No sería capaz de conseguir el sustento ni de defenderse del medio por sí solo. Su única defensa es de imagen y semejanza. Es la defensa que no tiene el embrión, que al no tener forma humana y siendo tan inviable sin la acogida de la madre como el recién alumbrado, se le niega la especie humana y se le ignora la vida que, ya quizás, lleva. La otra duda es más fundamental aún: ¿Es la viabilidad, o la longitud de la esperanza de vida las que dan el derecho a ésta?. En ese caso, a un hombre adulto bastará con atarle de pies y manos con alambres y cargarlo con rieles de ferrocarril en las piernas. Si se le deja caer desde un helicóptero al mar, perderá, por el principio de inviabilidad el derecho a la vida, disculpando de ese modo a su agresor.

Hay quienes sostienen que el embrión no tiene vida, o al menos vida humana. Éstos niegan también al feto su carácter humano. A veces oigo decir que el embrión sólo comienza a tener derechos desde que se anida en los órganos de la madre. Me pregunto si antes ¿es piedra de río?. Tal vez es tan humano como yo mismo, y vivo; incluso más vivo, tanto como cuando se está en un gran peligro. Es entonces cuando más se ama la vida, cuando más queremos tenerla. Pero es ahí, precisamente, cuando se ve más tolerado el aborto de la vida. Cada vez más, en la medida del tiempo, se va haciendo cuerpo el concepto del aborto como un derecho a la libertad de la mujer. Se reclama el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, y me pregunto si debe ser una decisión personal a todo evento lo que con nuestro cuerpo ocurra. Cuando entramos en el tema de derechos, siempre estamos hablando de la sociedad toda y de cada uno de sus individuos. En la sociedad la ética y la moral se construyen a base de un acuerdo final entre todos sus componentes de manera que, idealmente, se distribuya en forma igual y equitativa los derechos de todos. En este sentido se hace claro, cuando hablamos de derechos reproductivos, que sólo cedemos el derecho de pertenencia social a los individuos que caen dentro de un formato específico: Nacido y bien conformado. La especie humana ha avanzado enormemente en este sentido. Hace no demasiados años los derechos se distribuían segregados por género. Con el tiempo se tiende a igualar los derechos de uno y otro género. Aún hoy se distribuyen por clases sociales, en cada una de las cuales hay diferencia de género. Las clases sociales a su vez están muy influidas, donde más, donde menos, en cuanto a los derechos que se le reconoce y cede, por componentes étnicos y siempre dentro de estas clases divididos por géneros. Dentro de estos estratos de la sociedad multiplemente dividida, como quiera que sea, los derechos no comienzan con la vida, sino con la presencia explícita. Es en todo caso raro que incluso hasta no mucho tiempo había y aún persiste en buena medida, quienes no tiene derecho a la vida, sino que este pertenece a otro tercero. Hay sociedades en que la vida de la mujer pertenece al hombre y hace un par de centurias, la vida del negro pertenecía al blanco y la vida del negro no nacía del mismo soplo sagrado que la de su dueño. Otro tanto sucedía con aborígenes y enemigos. Hoy en día al ser humano pertenece la vida de las demás especies y más aún es el ser humano quien otorga la vida o la priva según sus privilegios. Me detengo un momento a ponderar el significado de esta magnificencia depredativa del humano. El progreso, el mejor entendimiento, la mayor generosidad de los acuerdos sociales, han enseñado que se ha errado tanto y tanto en estas cuestiones: El negro, el aborigen, el extranjero, y sus mujeres todas deben compartir equitativamente los derechos de que la sociedad dispone. No obstante esta enseñanza que obliga al hombre a incorporar cada vez más a sectores más amplios de sus componentes, ha llegado magramente a los niños, a quienes aún se considera, en buena medida, propiedad de sus padres o de la sociedad de mayor edad. El niño todavía es un ser muy semejante al adulto; pero así como el aborigen era diferente, lo mismo el negro, o el extranjero, el feto es aún más diferente: Demasiado pequeño, en general invisible y completamente dependiente e indefenso. Es así que se le niega todos los derechos, incluso el de pertenencia al genero humano, el de vida propia y más. Me recuerda al esclavo. Por fortuna no puede trabajar ¿o por desgracia?. Tal vez si fuera productivo llegara a tener algún derecho. Tal vez si pudiera ejercer presión o violencia. Si el feto no fuera humano, deberá dársele alguna calidad específica dentro del organismo materno: ¿Es un tumor?, ¿Un órgano circunstancial?, ¿Es o no parte de la madre?. ¿Sus derechos pertenecen y están subordinados a los de la madre?. Un concepto parecido a este, y tan ambiguo, mantuvo siempre a la mujer subordinada al hombre. Finalmente el acuerdo social ha llegado a reconocerle sus derechos igualitarios, al menos en la letra. El niño aún tiene sus derechos subordinados a los de sus padres y muchas veces de este modo conculcados o incluso desaparecidos. ¿Pensaría alguien, en razón de estos privilegios en solucionar la pobreza de los padres validando el asesinato de los niños?.

Se reclama la libertad sobre su cuerpo para la mujer. Quisiera entender que quienes lo defienden asumen que otros estratos ya tienen esa libertad y sin embargo ésta, de existir, no es, ni puede ser ilimitada. Desde luego aún no se acepta el derecho a decidir sobre la propia vida que el cuerpo sustenta. Pero ya se quiere dar derecho sobre la que sustenta otro cuerpo, sólo en razón de su precariedad y dependencia. No creo que exista derecho de contraer libremente enfermedades que afecten horriblemente a la sociedad. De hecho hay lugares a los que se restringe la entrada sin una certificación sanitaria. No soy libre de contraer viruelas, o peste bubónica ni lepra. Si así sucede se me restringe otros derechos compensatorios. Las libertades son un derecho no discutible hasta que limitan con el derecho de otro. En el aborto el sólo derecho a decidir sobre él limita con los derechos del abortado. Creo que todo derecho debe al menos considerar el derecho a defensa. El abortado carece hasta de este derecho mínimo.

El alejamiento de la violencia como una manera de solucionar los problemas, y en especial como forma de lograr el gran acuerdo social, muestran el estado de avance de una sociedad. Las sociedades primitivas sólo tenían la violencia como forma de solucionar conflictos e imponer acuerdos. El abuso fue frecuente por entonces. La generosidad y el entendimiento han ido virando ese estado de cosas desde los acuerdos por el ejercicio del abuso y la violencia, hacia la conceptualización de una ética y una moral, que sin embargo aún no logran liberarse del todo de la necesidad de la violencia. A veces se la ejerce en el convencimiento de que es necesaria. En ocasiones aún lo es. Pero jamás es necesaria contra quien es más débil que quien la ejerce. El aborto es un ejercicio de violencia y no lo disculpa la violencia recibida por la mujer de otro más fuerte. El problema en todo caso debe solucionarse ahí, en la indefensión de la mujer y no en prolongar la violencia a uno más débil todavía.

Imagino una sociedad donde no se ha podido eliminar el uso de la violencia como solución de acuerdos sociales. Me parece ver que la razón se deje de lado como ineficiente solución de conflictos en los desencuentros y se privilegie la imposición. En una sociedad hipotética de esas características un desacuerdo se soluciona con muertes atroces y necesarias. Imagino que los estratos más fuertes ejercerían mayor coacción violenta sobre los más débiles. Supongo por ejemplo que el hombre violenta a la mujer y la puede matar a palos o a cuchilladas y es tolerado y bueno. Pienso en una piadosa reivindicación de la mujer, que al saberla maltratada solucione el problema prohibiendo el palo y el cuchillo: Sólo se permite ejercer este tipo de violencia con arma de fuego que mata de inmediato. Esta solución se propone respecto de la gestación no deseada. El relato previo es una barbarie porque la mujer es un miembro de la sociedad, mientras en la autorización del aborto como solución a la clandestinidad se propone porque el feto no pertenece a la sociedad y aún no se le reconoce derechos. Ni siquiera el derecho a ser humano, ni tampoco a la vida, de la que el adulto se arroga la administración, sin haber comprendido aún si la vida es un soplo sagrado o sólo un procedimiento de la materia en su multivariedad de formas.

Ante una muerte atroz, que pone en peligro la vida de la mujer, se propone tolerar la muerte atroz que protege la vida del miembro más fuerte de la sociedad. Al dañado se le ha negado sus derechos. Se valida la muerte del feto, ejecutado atrozmente, para evitar el riesgo de la madre, que puede, eventualmente, derivar en su muerte. La madre que decide por sus derechos, en este sentido, es natural que decida por su privilegio. Más aún si ignora la condición humana y distinta de sí misma de quien es perjudicado en su beneficio. Es natural, incluso en casi cualquier caso, salvo en el heroísmo, que alguien privilegie su propia vida en la disyuntiva con la ajena. En casos inevitables, de justicia y equidad, la ética y la moral determina que quien juzgue y decida sea un tercero diferente de los afectados. Es así como el hombre ha creado el concepto de Justicia. No es posible que en un litigio de dos partes se arrogue, nunca, a una de ellas la condición de juez, en razón de ninguna libertad que no deba recibir el nombre de abuso. Es así que me atrevo a preguntar: Si el no nacido pudiera ejercer presión, o decidir; ¿por quién lo haría?: ¿Por sí mismo o por la madre?. Y sin embargo no es tampoco esta, muchas veces, la cuestión principal. Hay presiones de grupos sociales en esto que desde la posición de supuesta defensa de los derechos de otros terceros intentan decidir a priori y juzgar a favor de una de las partes.

La mujer al llegar a su casa ve una luz encendida. Se extraña pues piensa que no debería haber nadie, pero no intuye ningún peligro de modo que mete la llave en la cerradura y abre la puerta. Entonces ve que la luz que estuvo encendida se ha apagado y siente la alerta. En el arrimo, junto a la entrada, abre un cajoncito donde sabe que hay un arma de fuego. Entra cuidadosamente a la habitación cuya luz vio antes encendida y en las sombras percibe a alguien que se abalanza sobre ella. Dispara: Una, dos, tres veces. El bulto de quien se echaba sobre ella cae. Sigue disparando: Cuatro, cinco, seis tiros. La sombra en el suelo no se mueve. Enciende la luz y ve a un niño. No tiene más de quince años y está muerto en una sopa de sangre. ¿Tiene culpa criminal la mujer?. ¿La tiene judicial?, ¿Es culpable de asesinato?, ¿Tiene culpa moral?. En un caso como este existe un acuerdo social: La mujer actúa en defensa propia y no tiene tiempo de decidir si está en ventaja frente al eventual agresor. ¿El caso de un aborto es análogo?. ¿Debe en este caso la mujer optar por la vida ajena a riesgo de la propia?. ¿Debe, en todo evento y circunstancia asesinar al agresor, como regla general?. Hay, como este, infinidad de casos en que entre varias vidas se debe elegir una, propia o ajena. No escribo todo esto para dar una solución y ni siquiera para proponer una de ellas como válida o mejor. Lo que sí tiendo a defender es el respeto a la vida pues es ésta la única que supera mi comprensión y puede ser lo más cercano a lo sagrado, ya sea por ser un soplo, o por ser el procedimiento de origen, sin el cual dejamos de ser esta especie que somos: Abandonamos nuestra calidad de piedra de río.

Existe una dimensión de la vida que, sin necesidad de comprender cabalmente su naturaleza, no puedo dejar de mantener presente y que me mueve a verla como primordial, y por tanto es antes que la libertad y antes que el derecho. No hablo de prioridad de la vida ante el derecho y la libertad sino en un sentido sincrónico y genérico. En términos del génesis de las cosas, después del gran inicio, sea aquel la separación de lo tangible y lo energético que hay en la voz "¡Hágase la luz!" o en la inconmensurable explosión de la nada, no podemos descubrir más que dos categorías no más importante o de mayor peso una que la otra: Materia de la cosa y la energía que la mueve. Hay aquí un primer principio posibilitado por estos dos elementos complementarios: El movimiento que genera espacio y tiempo. De aquí deviene todo el proceso que conduce a la vida y de ésta la gregariedad en las especies y de estas en su devenir la capacidad de decidir y acordar; desde la que nace el derecho y la libertad. Es claro que la vida es, entonces, una causa consecuencial y por tanto sustento de la libertad y ésta del concepto de derecho. Desde esta perspectiva veo que es indispensable la vida para la existencia del derecho y la libertad. Suprimir la vida, en beneficio de la libertad o del derecho, sin importar en qué etapa o denominación esté y antes de entrar en la culpa, eventual y subyacente, es suprimir todos los derechos. Es que todo derecho está soportado por la vida. Así es posible ver que el palo o la piedra no tienen derechos pues todo derecho está sustentado en la vida.

La mujer al llegar a su casa ve luces encendidas. Se sobresalta y piensa que su hijo ha vuelto escapar. Está buscando dinero o algo que vender para comprar drogas. Sabe que en estas ocasiones puede llegar a la violencia más extrema. Abre silenciosamente la puerta, sintiendo ansiedad y una rara tristeza definitiva en el alma. Abre con sigilo el cajoncito del arrimo que está junto a la entrada y ve con alivio que el arma de fuego aún está ahí. La mira durante tres segundos eternos y finalmente la toma. Del dormitorio se derrama, silenciosa, la luz interior. Ella se dirige a esa puerta con el arma encañonada. Se asoma. Él alcanza a decir: "Mamá: ¿Por qué?". Ella dispara una vez, dos, tres veces. Él cae al suelo en una sopa de sangre. Ella dispara cinco, seis tiros. Luego, con la cara desfigurada por una mueca se abalanza sobre él y dice entre sollozos: "¡Hijo mío!". Luego se para, apaga la luz y se echa en un sillón en el estar; abatida. ¿Tiene culpa criminal la mujer?. ¿La tiene judicial?, ¿Es culpable de asesinato?, ¿Tiene culpa moral?. El acuerdo social y la ley: ¿Le permiten alegar defensa propia?. ¿No lo es porque tuvo tiempo de decidir o de tomar otra acción?. En este caso el hijo amenaza la libertad de la madre en forma mucho más integral que en el caso del aborto. ¿Cuál es, pues, la diferencia?. ¿Que en el momento hay otras opciones?, ¿Que asesinar a un hombre visible con hueso y carne es una barbaridad?, ¿Cuál?. Si el hijo hubiera tenido defensa: ¿Habría asesinado a la madre?. ¿Cuál es el veredicto probable, de la sociedad, en este caso?.

El respeto de los derechos de unos y otros, en especial cuando de por medio encontramos la vida misma, está pleno de interrogantes. Quizás por eso hay tantos y tantos que quisieran reducirlo al plano dialéctico y otros con especial aburrimiento intentan hacer una demostración geométrica acabada en un "Así queda demostrado" griego, de por sí absurdo. No hay en un dilema de valores nada que pueda demostrarse. Es fácil establecer el derecho al aborto si la premisa es que no hay vida agredida en él. Es claro el derecho a la vida si el agredido es considerado un ser humano vivo igual a la madre. Es entendible la elección por la vida de la madre si es necesario elegir, sin embargo la pregunta en el aborto es ¿es necesario elegir entre dos vidas?. En una opción por el derecho al aborto: ¿Hay una opción entre la vida de la madre y la del hijo?. Cuando se decide por un derecho al aborto no se establece esta opción. La disyuntiva está entre dar o quitar vida.

Entrando en la discusión cotidiana se puede encontrar infinidad de matices en las distintas posiciones: Los hay honestamente a favor de la posicion clara que niegan el aborto o que están a favor del derecho a él. También los hay quienes intentan traducirlo en eufemismos como el derecho reproductivo de la mujer y otros. En este sentido es bueno aclarar que el derecho a la reproducción se ejerce en el acto sexual o en cualquier acto contraceptivo previo. Independiente de los considerandos éticos o morales el aborto interrumpe un proceso más allá de la reproducción, cuando ésta ya se produjo. Tampoco puede basarse en la violación pues no todo aborto nace de ella y el derecho conculcado en este caso, que lleva a un eventual aborto, se produce en la violencia del violador. Habría que decidir una solución en ese sentido: Evitar que ese derecho sea arrasado. Muchos deseos de aborto nacen de este abuso. Mientras no haya solución en esa instancia de violencia el aborto no dará soluciones. En tanto aquel derecho sea respetado no habrá abortos que discutir. Otros tantos abortos nacen de la desidia, de la ignorancia, o del deseo. ¿Puede una pareja, o la mujer, optar libremente por su derecho a la satisfacción sexual cuando este pone en riesgo la concepción y la negación del derecho a ser concebido?. Talvez, y como sea, siempre se opte por favorecer el derecho que conduce a la opción del aborto, sin embargo el ejercicio de este derecho carece de generosidad y se centra en el favor persistente de la madre. Cualquier otro derecho que se invoque siempre implica una renuncia igual al derecho adquirido: Cuando se adquiere el derecho a no ser privado de libertad aceptamos no privar de libertad a otros, o a no ser muertos y no matar, a expresarnos libremente y permitir la expresión libre de los demás, en fin. ¿Que cesión se hace en el derecho al aborto? ¿Acaso el derecho a ser abortado?. Es claro que este sería un derecho egoísta. Es cierto que el hijo no nacido ejerce sobre la madre una conculcación de la libertad: La madre renuncia obligadamente a la disposición de su cuerpo, sin embargo ella puede negarse a esta situación en forma preventiva, mientras el aborto no da opciones al hijo. Más aún, el hijo no puede evitar el ejercicio de la preñez: Debe aceptarlo y no tuvo derecho a decidir sobre su concepción. Éste es un tema ajeno a esta reflexión pero sirve para demostrar que no cualquier curso de reflexión induce el derecho irrestricto sino que depende del punto de vista.

Hay una consideración más, en cuanto a la disposición corporal. Cualquier disposición sobre el propio cuerpo no puede incluir cualquier acción contra lo natural. No puede la mujer renunciar a tener órganos orientados a la recepción del embrión y al desarrollo dependiente del feto, tampoco podría decidir tener órganos masculinos o no tener ningún órgano. No se puede renunciar a la sangre o al corazón. No deseo mi cerebro, o más. La capacidad de la mujer de sostener la vida del hijo en el embarazo no es un derecho o una libertad, no es una obligación ni una restricción. Cualquier decisión en ese sentido es contra la naturaleza, la capacidad fisiológica no es renunciable. La mujer puede renunciar a comenzar el proceso pero no a la capacidad natural que sustenta. Tampoco el hombre puede renunciar a su naturaleza: No podría decidir ser él quien se embarazare. Cualquier discusión en ese sentido es vana. La mujer nunca ignora los riesgos que conlleva su genero, independiente de la incidencia que ésto tenga en el momento del placer sexual. Sería cansador entrar a discutirlo pues no tiene sentido alguno, es lo mismo que saber que vivir conduce indefectiblemente a la muerte aunque nunca se piense en ello. Tampoco es disculpa ni restricción el que el acto sexual tenga sanamente otras muchas finalidades y funciones anexas o hasta más frecuentes e importantes. Por esta vía sólo llegaríamos a que todas esas funciones, como procedimiento se destinan finalmente a la conservación de las especies con lo cual nos perderíamos en argumentos, también, vanos e inútiles. El amor de pareja, la atracción física, la orientación social y más en ningún caso se orientan naturalmente a evitar la nueva vida y su proceso y desarrollo normal, sino todo lo contrario.

¿Acaso no te gustó acostarte?: ¡Acepta entonces las consecuencias!. Este no es un argumento en contra del aborto, sino todo lo contrario, un sucio juicio en favor del mismo. He visto cine y leído literatura en la que se favorece este tipo de juicios negros con personajes que obligan a un médico, con absoluto desprecio por la mujer y el profesional mismo, a optar por el hijo "que ha de llevar mi nombre y el de mi padre y abuelo". No se puede de estas ficciones hacer argumentos atendibles: Así no es la vida. Cualquier caso optable es, hoy en día por demás extraño, particular y será tratado de ese modo. Más aún, en esos casos se decide entre una y otra vida, y no entre una vida y un derecho de decidir. De cualquier modo que se le mire, no se puede considerar el embarazo como un castigo o una mala consecuencia. No hay moral ni ética o religión que lo vea de ese modo ni es válido recurrir al dolor del parto para castigar a quienes se les endilga esa posición falsa. Nuevamente habrá que decir que toda funcionalidad fisiológica sólo es tal y no constituye argumento en sentido ninguno. Descarto todo argumento en ese sentido, a favor o en contra: El dolor del parto o la incomodidad del embarazo no es un castigo para la mujer. Hoy en día es siempre evitado. El no hacerlo conscientemente o es una opción o una irresponsabilidad en caso contrario.

Leí un argumento del todo falaz en favor del aborto por la vía de parangonarlo con un trasplante de riñón. Al respecto baste decir que el donante se deja extraer un órgano propio para favorecer la vida de otra persona. El aborto mata sin opción y lo extraído con violencia no es un órgano: Es otra persona que pierde la vida en ese proceso. Ésta comparación lejos de ser válida es innoble. También se esgrime la opción de separación en el caso de los siameses: ¡Qué majadería! Son sofismas con los que sólo se gana tiempo. ¡Nada más!. En estos casos se decide vida contra vida. Siendo un opositor del aborto debo decir que no hay relación entre ambos casos, lo mismo que en una eventual elección indefectible entre dos vidas. Si los siameses no son viables como tales y es posible la opción, ésta es lícita. No obstante cualquier decisión en casos tales hay un juicio de vida por vida. No es el caso en el aborto. Considero un caso particular para aclarar este asunto. Un embarazo tubario puede no ser viable para la mujer, que perdería la vida en el proceso, induciendo también a la del hijo, indefectiblemente. En este caso se decide vida por vida, y a falta de otra solución es lícito: ¿Son todos los embarazos equivalentes a uno tubario?.

Como ya manifesté antes y para inducir el término de esta reflexión vuelvo a lo dicho ya antes, que en definitiva éste es un problema de premisas, del que he optado por aquellas que van en el sentido de mis argumentos. En nada invalidan los sentimientos de otros que estén a favor, ni tampoco, eventualmente sus argumentos. El aborto es posible, se practica de hecho y se acepta en el acuerdo social de muchos grupos humanos. No favorecen el acuerdo social al respecto los argumentos innobles, hipócritas, truculentos o más. Tampoco podrá decirse que una ley lo hará ético o moral. Tampoco lo valida el número de abortos clandestinos o los argumentos médicos o sanitarios. Muchos de ellos sólo producen tranquilidad política en las sociedades que no pueden solucionar problemas de injusticia mucho más profundos y que obligan a muchas mujeres transgredidas en sus derechos a recurrir a esta solución que en todo caso, para ellas mismas es extrema y sólo paliativa, cuando no añade otra transgresión a sus derechos como es el derecho a la consecuencia ética y moral. Tengase presente la cantidad de abortos clandestinos que nacen del terror de la mujer que se sabe inferior en derechos. ¿Es , acaso, que se otorgará el derecho al aborto como paliativo por la resta de otros derechos de igualdad?.

Bajo Tortura (Erick Strand)

Yo soy el hombre y tú pretendes penetrarme

Apoderarte de mis órganos expuestos.

Embrujarme de tus largas convulsiones

Tus palabras secretas cuando alcanzas

Las profundidades

Del útero subterráneo, subversivo

Que te hace maldecir de placer

Palabras que nunca aceptarías como tuyas

Por sinceras

Pretendes apoderarte de mi esencia

Dime que siempre me amarás

Diré lo que quieras

Bajo tortura

Extraerás

Confesiones

Con tal de que me abrases

En tu hoguera