miércoles, 31 de octubre de 2007

De dónde (Graciela Wencelblat) -Del más allá-

Regresar no es volver
si las palabras se quedaron
entre prímulas silvestres
o en clima de papeles
arrugados por incertidumbres.

Ella vestida de negro
con guantes morados
aferraba la respiración
cerrando las ventanas
las manos sobre el vaso
de la lejanía.

En torno a un punto de luz
esperaba salir .

¿De dónde?

Dormir juntos (Erick Strand)

Dormir juntos es el mayor acto de amor. Es el momento de mayor vulnerabilidad, la entrega absoluta y perfecta. Despertar juntos es el mayor acto de humildad, la ausencia de secretos, la total crudeza. Compartir el lecho, el sueño y los ronquidos, los jaloneos de la colcha, el abrazo al amante perfecto hecho almohada. Encontrarse con la desnudez mayor que puede haber: la indefensión, el infantilismo de dormir y soñar. Unirse en el acto sexual perfecto que es gozar hasta el infinito de un roce sin intención, de un contacto efímero, de un transvase de calor fortuito. Abrazar a otro diferente al que abrazas, liberarte sin pudor de su contacto si apenas te incomoda. Oler a cuerpo humano tibio o sudoroso, fresco o frío. Hablar en sueños y en duermevela pronunciar nombres de otros que estarán ahora durmiendo en otras camas pronunciando tu nombre y uniéndote a su libertad onírica y total, sin más temor que despertar al lado de otra persona que no desea escuchar tu nombre sino el suyo, que no desea ser tocada intentando averiguar mi cuerpo donde debería estar y que ahora ocupa otro. Que no desea ser ella sino yo, para que tú seas capaz de amarla como me amas a mí en tus sueños. Para que me goces sin permiso ni perdón, como haces conmigo. Cada noche. Despiertas sudando y una voz somnolienta te pregunta ¿Estás bien? Tú respondes que sí, que sólo fue un mal sueño. Te toca con el pie bajo la sábana. Y es cuando desearías dormir para siempre, como en un cuento infantil, donde todo puede suceder.

Mentiras que he conversado con mis hijos (Kepa Uriberri)

El joven novio de la abuela
"¡Es verdad!. Créeme" me dijo C y luego insistió: "¿Por qué nunca me creen?. Estoy diciendo la verdad". Le expliqué que lo que contaba podía ser verdad pero no era verosímil y todos creemos lo verosímil, no en lo verdadero.
JL, sentado más allá, en un sillón, sonrió con esa mirada de "Ya viene otra de esas absurdas mentiras". Esa mirada y esa sonrisa, suelen ser un acicate para la imaginación; no porque crea que JL, o cualquier otro de mis quince hijos, que siempre se reunen por ahí, donde puedan oír de qué se habla en la tertulia de la sobremesa, después de los almuerzos de domingo, esté esperando la historia que les cuento en esas ocasiones, sino porque es un desafío hacerlos caminar al filo de la mentira, al borde de la realidad, en el terreno ambiguo entre lo verosímil y lo ficticio y eso siempre me estimula; así que les conté la historia del novio falso de su abuela.
Mi madre, que, a pesar del mucho tiempo, aún está más cerca de los ciento diez que de los ciento veinte, por mucho que cuando se lo recuerdo mira hacia el techo, como si el altísimo pudiera socorrerla en estas elementales aritméticas; todavía tiene la voz joven, aunque no lo crean; tanto que quienes la llaman por teléfono piensan, cuando es ella quien contesta, que hablan con una de sus bisnietas.
En cierta ocasión, llamó un joven que preguntó por L, que es el nombre de una de sus bisnietas mayores. "No" contestó mi mamá, "ella no ha venido hoy". El joven preguntó entonces: "¿Con quien hablo yo?". "Usted habla con si bisabuela Ismaela". Escuchó una risa cantarina e incrédula al otro lado: "¡Hola bisabuela!. Yo soy Noé" dijo en tono de burla. Cuando ya se tiene muchos y muchos años se ha cultivado todas las tolerancias y un humor infinito. Además, en cierto modo, ya se ha vuelto a la infancia y no se pierde oportunidad de jugar, así es que su abuela en vez de castigar la insolencia, se rio y preguntó qué edad creía él que ella tenía. "Serán quince" contestó el joven. "Más" dijo mi mamá. "¿Diez y siete?". "Más" insistió. El otro con mucho esfuerzo fue subiendo hasta veintitrés, que según la abuela cuenta, tendría que ser, de seguro, la edad de él, sobre todo porque había llamado a L, que tiene más o menos por esos años (cosa que jamás revelaré, pues de las mujeres, la edad es un concepto sin noción), y se negó a seguir. "No puede ser" concluyó. "Me quieres engañar. Tú no tienes voz de vieja. Tendrás a lo sumo veintiuno".
"Como pueden ver", le dije a mis hijos, que me miraban entre asombrados y dudosos, "aquí hay varias encrucijadas". Les expliqué, aunque no era necesario sino sólo por una cuestión académica, que la verdad nunca se muestra completa. Tampoco lo hace la mentira, y hay una zona entre ambas que recoge todo esa enorme duda, a la que podemos llamar verosimilitud.
Tuve la valentía de preguntar si habían creído mi historia y sonrieron sin responder. C me dijo: "No te creo nada". Le respondí que se estaba vengando. Me explicó que sencillamente creía que era otra de las mentiras que siempre contaba. Tuve, entonces que enseñarle que aquellas cosas que yo contaba, tal vez, y sólo tal vez, no eran ciertas y que si no lo eran, tampoco eran mentiras sino ficciones. En ese momento me di cuenta que girábamos en torno a una gran cantidad de conceptos, todos tan relacionados entre si como las puntas de la rosa de los vientos: No hay un norte sin el sur, pero no es norte sino sólo cuando estoy detenido en algún sur neto, pues si me muevo a la izquierda, ese norte podría llegar a ser noreste y según la posición y lo fino de la diferencia de direcciones hablaríamos de cuatro, ocho, dieciséis o hasta sesenta y cuatro o más direcciones diferentes como Nornororiente o Westesurweste y así. En mi país, tan largo como un estilete, nos dividimos, siempre, solo en dos, nada más: Los que viven al norte y los que están al sur. Es tal que Temuco está a la vez al norte y al sur y lo mismo le ocurre a Coquimbo. Es sólo cuestión de estar en Iquique para que tanto Coquimbo como Temuco estén al sur, pero para mi uno está al norte y el otro no. Pasa así también con lo cierto y con la verdad. Lo mismo con la mentira y la ficción. Muchos dirán que lo opuesto a la verdad es la mentira, pero no. No es así. Lo opuesto a la verdad es la ficción. Así como lo opuesto a la mentira sería lo verosímil.
Varios levantaron la voz, ahora para decirme que o estaba loco, o en mi afán de tener la razón estaba tratando de enredarlos con raros conceptos. "Quizás sólo pretendes distraernos para engañarnos otra vez" dijo JP que es, entre los quince, el más suspicaz. "No. No es así" dije. El cuento que les conté es esencialmente verdadero, aunque parezca inverosímil. Podrían pensar, entonces, que es ficción, pero hasta donde tengo la fe puesta en mi madre, las cosas sucedieron así, aun cuando ustedes concluyan que es inverosímil. Quien lea después lo que escribo, dirá que todo es una ficción, y yo mismo creo que es verdad. ¿Qué camino tomar, entonces? ¿Qué creer? ¿Y qué importancia tiene?.
Para quienes creen que es ficción, la cuestión está en que si es verosímil, es decir aceptable dentro de la ficción, la historia valdrá la pena de ser leída. Por su parte quienes son suspicaces y creen que es una mentira más, tal vez les interese, tanto como a quienes creen en la verdad de los hechos, saber como siguió esta extraña conversación telefónica entre una vieja centenaria (esto es verdad, sin importar si se trata o no de mi madre; así que hay que decirlo) y un jovencito de menos de un cuarto de su edad.
No fue la última vez que se hablaron con el joven. Cuando uno no quiere creer la verdad, construye la suya propia, en base a los elementos ficticios disponibles, como en este caso. Con una voz entera, sedosa, y un tono juvenil, además de un carácter algo loco, el joven construyó a la mujer del teléfono. Del mismo modo, cuando no se tiene antecedente alguno, se construye la verdad sin ellos; la abuela (mi mamá) habló con quien preguntó por su bisnieta L, o así lo creyó ella, y construyó un joven de veintitrés al otro lado. Aquél joven, quien quiera que fuera volvió a llamar. Esta vez no preguntó por L, sino por Ismaelita. "Con ella habla" dijo la abuela. "¡Hola! hablas con Noé" dijo el del teléfono, "¿Cómo has estado?". Conversaron desde las siete de la tarde hasta las once y cuarenta y tres de la noche y no fue en modo alguno la última vez. Las llamadas se sucedieron de modo que comenzaron a hacerse esperadas y luego necesarias.
"Sí. Ya sé, ya te conozco" dijo JP. "Finalmente se conocieron y se casaron cuando la abuela cumplió los ciento cuarenta y seis y de ahí naciste tu y tus ocho hermanos y más y más y mi abuelo no murió a los ochenta y cinco sino ochenta y cinco años antes que la abuela. Ja ja" termino burlesco. "No no" respondí. "se hablaron por teléfono durante doce años, hasta hace más o menos un mes". Les recordé que esta historia se las contaba para que entendieran que la verdad no es necesariamente verosímil, ni la ficción siempre es falsa, o que la mentira es opuesta a la verdad, sino que todo lo contrario; a veces no.
Hace un mes, finalmente, después de tantos años, la abuela ya no tuvo más argumentos para negarse a ser visitada por Noé, cuyo nombre verdadero no conocía, ni tampoco tenía ya ganas de seguir negándose. Entonces, un martes cualquiera, como todos los martes que la visito y la acompaño a almorzar, en vez de contarme otra vez la historia de cómo Patricio, su primo, hizo la Tabacalera porque la cosecha de arroz se había podrido, o como su propio padre le había dado un moquete, en una riña callejera, al Presidente de la Corte Suprema y lo había metido por una puerta del coche y había salido por la otra, o del misterioso cuadro del racimo de plátanos que había en el comedor de su casa de niña del cual caía uno maduro y oloroso cada vez que se comía todo el almuerzo; en vez, me pidió permiso para recibir en la casa a Noé. "Pero mamá", protesté, "ya estás demasiado vieja para pedir permiso y además yo no soy tu papá". "Pero te pareces demasiado" me contestó, bajando la vista. Ante ésto, no tuve corazón para negarme y le di permiso, aunque puse la condición que yo tenía que estar presente. "Mejor" aseveró. "¡Mucho mejor!".
A las siete en punto de la tarde sonó el timbre. La abuela estaba en su dormitorio arreglándose. Se había perfumado con "Ideal Quimera" y se había puesto algo de rubor en las mejillas. Al sonar la campanilla el lápiz labial se le deslizó algo fuera de su órbita. Nada más. Estaba nerviosa pero contenida. "Abre tú y conversa con él mientras termino de arreglarme".
Levanté el citófono que comunica a la puerta del jardín: "¿Diga?". Me contestó la voz de un jovencito que se me antojó apenas algo más que un niño: "Soy Noé" dijo, "y vengo a visitar a mi amiga Ismaelita". No obstante que su voz parecía la de un adolescente, la fórmula protocolar correspondía casi a principios del siglo anterior, así que pensé que al menos sería un muchacho educado y de finos modales. Pulsé el timbre para que entrara y escuché como gemía la puerta al abrirse y luego al cerrarse con su golpe, pesado, característico. Pasaron un par de minutos y el joven no llegaba a la mampara de la casa. Si bien la distancia era relativamente grande, no lo era tanto como para la demora, de modo que pensé que quizás se había quedado afuera. Volví a presionar el botón que abre la puerta del jardín y esperé otros tres largos minutos. Por la escalera apareció mi madre, expectante y preciosa en sus innumerables años. "¿Donde está?" preguntó asombrada. "No lo sé. Hace rato que le abrí la puerta" dije y abrí la mampara para mirar el senderito, flanqueado de clavelinas que va de la puerta del jardín al zaguán de la casa. A la mitad del recorrido vi a un vejete con bastón y sombrero antiguo, con una barbita de chivo completamente blanca, que sonreía debajo de dos ojitos muy azules y pequeñísimos. Al verme levantó una mano temblorosa pero decidida, que me saludaba. Dijo: "¡Ya, ya, ya! ya voy llegando" con una voz casi de niño. "Yo soy Noé. ¿Usted es el papá de la Ismaelita?". Arrastraba los pies en unos pasitos cortos y lentos, aunque seguros.
Cuando la abuela lo vio, se echo a reir: "¿Esta roña era mi pretendiente?" dijo.
La visita, desilusionante para ambos, duró no más de cinco minutos. "Está difícil la cosa, hoy por hoy" dijo el vejete cuando al fin se sentó al lado de mi mamá. Después le echó una mirada a ella de arriba abajo, y mostró una sonrisa pícara de dientes muy blancos y de seguro falsos.
- ¡Estái puro hueviando! - dijo JP y se levantó - son todas mentiras - agregó y se fue. Así terminó otra tertulia de domingo en casa.

Brindis entre la a y la o (Clío Franceschi)

A la salud de aquello profundo que busco
a la ausencia de lo que nunca hubo
a l regreso de lo que no se ha ido
a l reflejo de este miedo súbito
a este trecho de camino
a l deseo escondido
a l sabor insípido
a margo y divino
a lo vivido
a repetirlo
a hacerlo
á gil y precavido
a hurgar sin sentido
a callar sin haberlo dicho
a sonreír aún sin haberlo bebido
a la salud de lo encontradizo

Azul Necesario (Anabel)

He pensado repetidamente en lo absurdo e inoportuno que es tu recuerdo.
Podría decirte que es azul, incluso que huele a azul. ¿Lo ves?, es absurdo. Azul como el mar cobalto de este verano. Tal vez por ello no quería meterme en el agua: mojada de mar y de ti, inundada de tu olor y su sal, demasiado azul. “¡Qué rara eres, cariño!”, exclamaba mi marido. ¿Ves?, inoportuno.
Y sigues allí, sin cita previa, sin permiso para continuar persiguiéndome por el parque, o acechándome en las esquinas, u observándome desde los ojos azules de cualquier hombre atractivo. Sólo por eso soy capaz de enamorarme en un segundo de un auténtico desconocido. Absurdo. Completamente absurdo.
Te he visto en los ojos de Mateo. No son tan grandes como los tuyos pero son penetrantes y azules como el mar de este verano. Me miró fijamente y le aguanté la mirada. Estoy cansada de huir del azul. Me invitó a una cerveza a la salida del trabajo. Había sido una jornada dura, no habíamos tenido tiempo ni de tomar un café, ni de comentar las pequeñas anécdotas de nuestros hijos durante el fin de semana, rodeados de cuentas y papeles, archivos y programas de la empresa. Sí, vamos al pub de la esquina.
Doblé la esquina decidida a no ser asaltada por el azul, ¿dónde vas, despistada? ya hemos llegado, y fue el azul de los ojos de Mateo el que me abordó.
- Pareces lejos de aquí – su mano sostenía mi brazo indicándome el camino.
- No, estoy aquí, justo aquí –mientras entrábamos en el Blue Soul.
Fue tan fácil. No hicieron falta palabras: una concatenación de hechos lógicos, sucedidos en armonía y complicidad. Mateo necesitaba mi sal, yo su azul. Y fuimos olas de mar.
Somos el mar.
Ahora estoy convencida de que tu recuerdo fue un azul necesario.

Luces II (Alex Rosales)

I
Polvo de estrellas
disipando la bruma
por el camino

II
El bosque brilla
como fuego en el alma
cuando despiertas

III
Cortan la noche
alegres luciérnagas
entre las hojas

IV
Luz en el lago
evapora burbujas
al incendiarse

V
Viaja tan lejos
corriendo entre las rocas
e ilumina el mar

VI
Un cigarrillo
punto de luz se aleja
rastro en la arena

VII
Se enciende vida
si desnudos claveles
se fertilizan

VIII
Polvo de estrellas
tu mirar en la bruma
riega el invierno

Volverás (Eva Maria Salinas)

Cuando calle este silencio
y la noche blanquee tu pasos
volverás con sonidos de flores
a calmar tu sed en mis manos

Saturarás mis sueños
cuando te alces volátil en mi cielo
y el espacio /que inherte/
te dibuja de sombras
resucitará ante tu voz

Las campanas desangrarán sus graves
tras el perfume de tus ojos
cuando vuelvas
y traigas contigo /mar/
/espuma/
/sol lejano/

El monstruo (Gocho Versolari)

Necesitamos un monstruo
que llegue a deformar la tarde
a matar los pájaros del crepúsculo
a devorar los sueños de las hormigas
levantando templos de tierra
en el sol verde de las profundidades

Nuestras entrañas
necesitan el monstruo
que compense tantas miradas soñadoras,
que se yerga en los mástiles del día
y nos recuerde jubilosola
deformidad de Apolo.

Un monstruo con forma de oruga
de escarabajo
que llegue del fondo de la tierra
nos apriete los tobillos
e impida que volemos
para que le pongamos cadenas al amor
pesas de plomo
al ojo del corazón; un monstruo
que insufle eternidad a los valles
y caliente todas las estrellas.

El General y las natillas (Pilar A)

Yo no nací en Puigmoreno, pero siempre he lamentado no haberlo hecho, lo impidió la firme determinación de mi madre de no traerme al mundo en aquel secarral en medio de la nada.

Puigmoreno está grabado en mi memoria como un lugar mágico, romántico y salvaje; probablemente esa magia sólo existe en los meandros de mi imaginación infantil; porque lo que la realidad nos dice es que Puigmoreno estaba en medio de la nada, rodeado de tierras yermas, carreteras de polvo y barro y la leyenda de que por allí merodearon años atrás los maquis y que en cualquier momento pudieran volver a aparecer y acabarían por volarlo todo. Porque Puigmoreno no era más que unos cuantos barracones encalados, que guardaban centenares de bombas salvadas de la amarga guerra civil.

En aquel desolado paraje pasé los primeros cinco años de mi vida, entre barracones, soldados, una diminuta e inutilizada pista de aterrizaje y una acequia de riego que atravesaba el destacamento de norte a sur y que desaguaba en un balsa llena de mosquitos y de ranas que croaban y saltaban como si para ellas siempre fuera carnaval.

Yo no lo recuerdo, pero me contaba mi madre, que un día de diciembre de 1960 ocurrió algo inesperado, a media mañana, pasó por allí un coche negro, rodeado de motoristas, con el mismísimo Francisco Franco en su interior, y que paró y pidió agua. Y que el coche con el estandarte de capitán general a un lado y al otro la bandera roja y gualda agitándose en medio del frío del bajo Aragón, paró delante del barracón que era nuestra casa, y que Franco bebió agua en una copa de fino de cristal que le ofreció mi madre y que de esa copa nadie volvió beber jamás.

Me contaba mi madre que en el alféizar de la ventana había dejado unas natillas para que se enfriaran y que cuando el Generalísimo las vio, paró su paso, se las quedó mirando unos segundos, se volvió hacía mi madre que estaba paralizada y sin decir nada levantó la cabeza, siguió su camino y se metió en el Ford negro, que acompañado de sus motoristas desapareció rumbo a Teruel.

Ahora casi cincuenta años después, aquello sigue siendo un secarral, pero en los barracones en vez de haber bombas hay aperos de labranza y sacos de trigo. Lo cierto es que no es el primero que cuenta que algunas noches de invierno se ven sombras y se pueden escuchar susurros y hasta lamentaciones. La gente de los alrededores hace cábalas e inventa leyendas sobre heroicos maquis, fusiles y botas, cuando lo cierto, y bien segura estoy de ello, es que esas lamentaciones son las del mismísimo Francisco Franco buscando mis natillas.

Poema (msq)

En unos laberintos rizados
parecidos a las mondaduras de naranja
está durmiendo en dulce sueño
el Moebius de la huerta

no lo despierten!!!
un higo gordo en forma de tambor
va a caer ¿porqué?
por su peso

Moebius da el abrazo
a Newton todas las noches
en sueños recorren las galaxias
en forma de tirabuzón

pero la pantera negra
esa que salta del pozo oscuro
que dejó el árbol que se fue
quiere putear