sábado, 22 de noviembre de 2008

Extraño huésped (Maikel Riggs)

Como el actor de tercera clase
que no se resigna a ser el extra,
la hoja rasgada en el libreto,
ella agita la cola
fustigando los bajos de mis pantalones.


Nadie sabe exactamente el día que llegó;
debe haber estado lloviendo.
Simplemente apareció
en la esquina del portal
como una vieja mancha de aceite.
Me recordaba esas gárgolas
de piedra enmohecida
con las que cargan
penosamente las iglesias.
Siempre parecía estar aguardando a alguien,
o algo,
o quizá solo intentaba hilar
en la fatigosa rueca del recuerdo,
no lo sé;
un inmenso vacío
anidaba tras esa mirada,
áspera como el invierno
en el que todo el mundo pierde a un ser amado.

Con el tiempo
aprendí a respetar su silencio,
ella el mío.
Entre caricias y aullidos
alimentamos nuestras almas y cuerpos.
Una tarde al llegar a casa
simplemente no estaba ahí,
donde siempre.
Se marchó sin remordimientos,
dejando atrás unas manos
que no supieron descubrir
acaso la mejor manera de dibujar
reclamos de compañía.

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