miércoles, 29 de agosto de 2007

Mentiras que he conversado con mi hijo (Kepa Uriberri)

Elegimos comer frutas de postre. Mi hijo JP y yo pelamos unos plátanos. Le doy un par de mordidas al mío y veo que tiene unos hilos. Los tiro con cuidado y los arranco hasta la raíz del fruto hacia el fin de la cáscara.
- Papá - dice mi hijo: - ¿Qué son esos hilos que le sacaste al plátano? -. Nunca me hice esa pregunta de modo que no sé lo que sean, aparte de algo propio de los plátanos, pero aventuro una respuesta completamente falsa que no puedo retener. Mi defecto es la fábula y la ficción. Le digo:
- Son los estambres de la flor.
- ¿Flor? - dice -. ¿Qué flor?.
- Bueno - empiezo con mi mentira -, en el árbol de plátano, que es el segundo más grande después del baobab, en estado salvaje, porque en los platanales agrícolas no les permiten crecer; en los racimos, al término de la maduración esto que nosotros vemos como cáscara, revienta y los trozos se enroscan hacia atrás, pero al revés que como nosotros lo pelamos, convertidos en pétalos de color morado intenso y esos hilos, que tú me preguntas, son los estambres de cada flor, de modo que el racimo se llena de flores fragantes y coloridas. La pulpa se ha convertido en polen y néctar de color amarillo intenso. De los agujeros del tronco del árbol aparecen, entonces, unos animalitos pequeños, tan pequeños que cabrían en la palma de la mano, como unos murciélagos pero sin alas, llamados musarañas, y devoran el néctar sabroso y dulce de la flor. En este proceso quedan llenos de polen en todo el cuerpo. Aparecen, luego, al atardecer, unas mariposas tan grandes como una mano del abuelo, que en las alas tienen dibujado un diseño de calavera humana para espantar a las serpientes. Ellas se introducen entre los pistilos azules y quedan llenas de néctar en las patas y de polen en las alas. Las musarañas saltan sobre estas mariposas y las cazan cuando están dentro de la flor del plátano, sin embargo en ocasiones caen de la flor y fertilizan el suelo al despedazarse en su caída que puede alcanzar hasta los mil doscientos metros. Cuando la musaraña logra cazar a la mariposa, su pelaje queda lleno de polen.
- Los platanares se fertilizan de este modo en el desafío de la mariposa calavera y las musarañas, llegando a producir enormes bosques de plátanos, mientras que un plátano de cultivo productivo no suele alcanzar más de un metro veinte de altura y sus racimos, que de otro modo se convertirían en bellas flores, son arrancados aun verdes y vendidos en cajas refrigeradas como frutas en el mundo entero - concluyo.
- Yo creía - dice JP - que los plátanos crecían a ras de suelo, y eran como las alcachofas, unas plantas chicas de puro plátano.
- Bueno, ya puedes ver cómo se equivoca uno cuando hace suposiciones. En Madagascar los bosques de plátanos y los de baobábs compiten en altura y extensión. Los baobab son tan altos y grandes que en la antigüedad el hombre, amenazado por los depredadores, vivía en lo alto de estos árboles y llegaba incluso a construir ciudades enteras en la copa de un solo baobab. Por las tardes las gentes se juntaban a la orilla del árbol, en las ramas más altas, a contemplar las batallas entre las musarañas y las mariposas, que en su vuelo y la lucha feroz hacían volar el polen multicolor y los pétalos de las flores, que contra los rayos del sol poniente asemejaban fuegos de artificio. De aquí, tan antiguo, viene el dicho de "Estar mirando las musarañas" cuando alguien está muy distraído.
JP maravillado con estas historias me pregunta:
- Papá: ¿Cómo es que sabes tanto de todas las cosas?.
- Mira hijo -, le respondo - cuando tú hayas vivido tanto como yo, verás que todo esto que yo sé es apenas nada. En aquel entonces yo ya no estaré aquí sobre los baobábs contándote estas cosas, sino quizás las haya olvidado y ya no tenga claro ni tu nombre. En ese tiempo tú estarás aquí arriba contando a tus hijos aquellas cosas que yo te he contado y ellos creerán en tu enorme sabiduría. Por mi parte, todo esto que te cuento yo lo he llegado a saber porque nunca tuve oportunidad de estudiar nada. Fue de ese modo que debí ocupar mi capacidad en prestar mucha atención a todas las cosas, y fijarme en cada realidad, sin dejar escapar ninguna, para no caer de las altas arboledas cuando vinieron aquellos hombres que cortaron todos los bosques. Cuando eso sucedió pudimos ver que los baobábs, que tenían el tronco, a veces tan grueso como un edificio de cuarenta pisos, estaban en su interior llenos de agua, por lo que resistían las largas sequías que se producían en esa época. Cuando aquello ocurría, en la medida que el árbol consumía su agua interior su tronco adelgazaba, a veces tanto, que su envergadura no superaba unos pocos centímetros. Entonces el árbol se doblaba con el peso de las ciudades construidas en su copa y todos caíamos al suelo y era necesario defenderse de los depredadores salvajes. En la sequía grande, que hubo antes del diluvio el hombre dejó definitivamente de vivir sobre los árboles pues se había hecho insostenible. Cuando aquello pasó, el hombre comenzó a hacer agujeros en el tronco de los árboles para abastecerse de agua, pero la que manaba primero, de la parte más superficial del tronco era tan espesa, que con ella se hacía utensilios de ebonita, galelita y baquelita. El ser humano progresó mucho gracias a eso, hasta que llegó a construir juguetes de plasticina, el primer teléfono de galelita y el primer neumático de caucho, que luego dio origen al automóvil que ha sido nuestra perdición.
Después de mirarme fijo a los ojos durante un rato, con el rostro lleno de sorpresa y admiración, mi hijo JP me dice, con cierta sonrisa:
- Papá: ¿Me estái hueviando?[*].
- Sí, hijo. Tú sabes que sí.
- Sí - me responde -. Yo sé que sí, pero aprendo mucho cuando nos cuentas estas mentiras.

No hay comentarios: