miércoles, 14 de marzo de 2007

El arcón (Alexqk)

Hacía varias semanas que Luis no descansaba bien. Era extraño ya que él siempre había sido de buen dormir. Un día se levantó con la espalda dolorida, como si su colchón hubiera pasado de lo mullido a lo arisco por arte de magia. Se miró al espejo y unas ojeras delataron su mala noche. Luego preparó café y mientras bajó a por la prensa. Ya de vuelta tomó el café bien cargado mientras ojeaba los titulares. Cuando terminó se sentó a escribir. Trabajaba en una novela policíaca en la que un detective, Núñez, - cuya vida era un tormento desde que por accidente matara a un compañero al confundirlo con un criminal en un oscuro almacén -, investigaba la muerte de varias prostitutas de bolso y acera. Era una trama oscura que giraba alrededor de los tormentos personales de Núñez y la violencia entre seres humanos, todo ello en el marco de la decadencia de los bajos fondos y aderezado con toques de sexo y escenas de los crímenes descritas de manera bastante explícita.

Luis sólo llevaba varias semanas escribiendo, aunque trabajando en la novela llevaba años. Durante largos periodos había torneado lentamente a Núñez – del que tenía más páginas escritas que de la propia novela -, torneó y torneó hasta que logró imaginarse con soltura y naturalidad - sin ni siquiera pestañear -, ver a Núñez en infinidad de situaciones: rodeado de prostitutas descuartizadas, visitando a un pariente enfermo en el hospital, en una cena con compañeros del cuerpo, haciendo el amor con alguna relación esporádica e incluso leyendo en el baño. Eran como pequeños “role playings” a los que Luis se sometía en cualquier momento o situación. Haciendo la compra de la semana, entre los puestos del mercado de abastos Luis se planteaba: ¿te imaginas a Núñez comprando verdura fresca? Luego llegaba a casa y escribía pequeñas historias con Núñez de compras o Núñez de paseo.

Luis nunca hubiera sospechado que la causa de que repentinamente durmiera mal por las noches fuera el hecho de comenzar a escribir su novela, salvo porque una mañana, al despertar con bastante mal cuerpo, recordó que había tenido inquietantes sueños en torno a Núñez. Recordó en su sueño verse a sí mismo durmiendo en su cama pero en mitad de un enorme almacén oscuro, era el mismo almacén en el que él había imaginado que Núñez mataba a su compañero por error. La cama estaba en mitad del almacén y a unos cinco metros había un arcón frigorífico blanco. Luego Luis escuchaba pasos afuera y alguien abría la puerta del almacén de un empellón, él instintivamente se encogía entre las sábanas y se hacía el dormido como para pasar desapercibido – o por alguien dormido que no va a ver nada -, pero entreabriendo los ojos, podía ver una silueta que se recortaba en la claridad que penetraba por la puerta. Podía escuchar su respiración jadeante e imaginarse su mirada escrutadora. Luego podía verlo avanzar, lentamente, expectante ante cualquier contratiempo, y pistola en mano se acercaba al arcón, lo abría y la estancia se iluminaba con la luz blanquecina que brotaba de su interior, y entonces Luis podía ver el rostro de Núñez mirando en el interior y como sus ojeras enmarcaban una auténtica mirada de horror.

Esa fue la primera vez en que Núñez se le apareció a Luis en sueños, pero a partir de entonces, además de la sensación de no haber descansado o el dolor de espalda, al despertar por la mañana, a Luis le quedaba dentro una profunda desazón por lo soñado la noche anterior. Conocía cada surco, cada arruga, cada rasgo de la cara de Núñez – lo había creado él – pero no lograba imaginar qué es lo que podía provocar en Núñez tal expresión de horror al abrir el arcón frigorífico. El rostro de Núñez nunca había desprendido tanto horror, ni siquiera cuando se dio cuenta de que había cosido a balazos a su compañero en el almacén.

Pasaron varios meses en los que el sueño del almacén y la cara de horror de Núñez al abrir el arcón fue recurrente, noche tras noche, Luis retornaba con cama y todo a aquel almacén, y día tras día trataba de rebuscar en su interior, de ponerse en la piel de su atormentado detective de los bajos fondos, que se movía entre asesinatos de prostitutas buscando al asesino, sin lograr encontrar explicación a la expresión de horror de Núñez, ni de ser capaz de descubrir lo que se hallaba en el interior del arcón. Hasta que una noche tuvo un sueño diferente. Esta vez Luis se vio a sí mismo durmiendo en su cama en mitad del enorme almacén oscuro, en el almacén estaba el arcón, inerte y cerrado, pero esta vez había un hombre que no era Núñez y al que Luis reconoció como el compañero al que Núñez mató por error. Parecía dispuesto a abrir el arcón cuando alguien dio un empellón a la puerta del almacén y entró pistola en mano. El compañero de Núñez, sobresaltado, preguntó: - ¿Núñez, eres tú? –, pero el otro hombre no respondió, tan sólo avanzó varios pasos apuntando al compañero de Núñez con su pistola y disparó hiriéndolo en el estómago. El sonido del disparo retumbó en el interior del almacén vacío y Luis se asustó tanto que se escondió bajo las mantas como si estas pudieran protegerlo ante nuevos disparos. Luego Luis escuchó como los pasos del pistolero se acercaron desde la puerta. Se acercaron hacía los gorjeos que emitía la garganta del compañero de Núñez, que parecía querer vomitar sangre. Luis escuchó cómo abría el arcón, como agarraba al compañero de Núñez por los pies y lo arrastraba hasta el arcón, y como, no sin esfuerzo lo metía dentro y vaciaba el cargador sobre la masa gorjeante. Luego cerró el arcón y caminó en dirección a la puerta. Luis logró vencer el miedo y salió de debajo de las sábanas para mirar al frío asesino, lo vio caminar de espaldas pero no tuvo duda de que era la manera de caminar de Núñez.
Aquella mañana Luis se levantó descansado pero sin novela. Su personaje lo había engañado. Durante años había forjado el perfil de un tipo un tanto bronco pero siempre dentro de los límites de la ley, pero su último sueño le había hecho volver a la realidad como un mazazo. Se había estado equivocando - engañando a sí mismo - con Núñez. Era tarde para el giro, no había columna que sustentara lo narrado en aquel sueño dentro de la novela, pero había sido tan real, tan nítido que tampoco había otro camino más que continuar escribiendo sobre Núñez en la dirección del que traiciona todo y a todos por los que se ha dejado la piel durante toda una vida. Los pensamientos de Luis en torno a este nuevo hilo lo inquietaban, había algo en el fondo, muy en el fondo, que continuaba sin encajar, y era la mirada de horror de Núñez al ver lo que había en el interior del arcón, ¿tanto se horrorizaría Núñez por algo que había cometido él mismo? No le encajaba. Decidió darse un descanso. Preparó la cafetera y bajó a por la prensa. Cuando subió el café ya lo esperaba negro, humeante. Se sirvió una taza, abrió la nevera y sacó la leche del frigorífico. Fue entonces cuando Luis vio en su nevera una larga pantorrilla de piel blanquecina que terminaba en un finísimo pie calzado con un zapato de tacón rojo, estaba dentro de una bolsa de plástico para almacenar alimentos al vació. Y entonces lo comprendió todo.

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