sábado, 31 de marzo de 2007

El ángel cobrizo (Anabel)

Maikel corre por El Malecón. La espuma del alborotado mar le moja la cara, la camisa abierta, el pantalón vaquero cortado a la altura de las rodillas, las sandalias. Empapado, con su brillante pelo negro parece un ángel moreno que fuera en busca de las alas olvidadas en algún rincón después de besar unos labios ardientes. Y es que Maikel es un despistado, un joven estudiante con muchas ideas en la cabeza y pocas horas en el día. No le gustan las premuras, se declara abiertamente pacífico, amante de la vida sencilla y de las mujeres capaces de dar sin esperar. Él les regala su cariño para llenarlas de vida, para que no olviden que un ángel bronceado estuvo en su cama. Y no lo olvidan. Pero hoy Maikel tiene prisa, más que prisa, urgencia que le aprieta el corazón. Y corre, corre por El Malecón. Siente como su sangre empuja las venas de sus sienes y su sudor se mezcla con el agua salada. No quiere pensar, sólo correr.
Atrás ha quedado El Malecón y se adentra por las desconchadas calles de La Habana, por las que tantas veces ha paseado su grandes ojos en busca de otros ojos donde posarse, donde mostrar sus poéticas ocurrencias que tanto éxito tienen, que tanto calor le proporcionan. Pero hoy las miradas no encuentran respuesta, los ojos de Maikel miran hacia delante con desespero; hoy el aroma a ron de los soportales de las casas que tan bien conoce no le estira de los brazos impidiéndole retirarse a estudiar.
Nunca había pasado tan veloz por el Vedado, la calle 21 se niega a aparecer. Por fin, la fachada blanca del ISLA (*) se deja ver y Maikel atraviesa la verja casi sin aliento. Se dirige hacia el salón donde los únicos adornos de las múltiples mesas son los dameros y los trebejos que habitan en ellos. Rodeado de un grupo de gente, acostado sobre uno de los sofás, José Raúl respira con dificultad. Al ver a Maikel, el niño alza la mano. Maikel intenta secar la suya en las ropas pero éstas están mojadas también. La siente fría, fría y pequeña. Mano que con magistrales movimientos ha ganado a los mejores jugadores de Cuba, entre ellos al propio Maikel. Pero José Raúl sabe que a Maikel le derrotó más que a los demás.
- No es tan importante ser el mejor. Yo siempre envidié cómo te ligabas a las chicas, nadie sabe hacerlo como tú –una leve sonrisa intentó mantenerse en los macilentos labios del niño-. Sigue jugando, sigue amando, sigue haciendo lo que te guste. Si has de destacar en algún arte, el arte te encontrará a ti, y será sin avisar.
Parecía que el niño hubiera hablado por inspiración divina, pero así era José Raúl: espléndido en sus afirmaciones, expeditivo en su juego, fulminante en su muerte. Todos creían que tenía un gran don; todos creerán que ese gran don fue la causa de su temprana marcha.
Sintió su mano todavía más fría, más pequeña y escurridiza. Se le escapó y cayó sobre el pecho del muchacho emitiendo un sonido hueco.
Las lágrimas de Maikel se mezclan ahora con su sudor y con el agua del mar. Sal sobre sal. Cabizbajo, se dirige a La Habana Vieja. No podrá olvidarse nunca de su mayor adversario de ajedrez: un niño de doce años con nombre de campeón mundial, que se convirtió en su gran maestro entregándole una magnífica lección sobre la vida.
Poco a poco, la música y la visión de cuerpos bailando el son le hacen latir más rápido el corazón. Vuelve a encontrar ojos abiertos de par en par, unos conocidos, otros por descubrir, y siente que las alas le vuelven a elevar unos centímetros por encima del suelo demostrando al mundo que es el ángel cobrizo de La Habana.
(*) ISLA: Instituto Superior Latinoamericano de Ajedrez

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