sábado, 31 de marzo de 2007

La sopa de piedras y la obra literaria (Kepa Uriberri)

Recuerdo, en este momento, como ejemplo de una historia que habrá sido narrada de miles de maneras diferentes, la de la sopa de piedras. Es un relato que pertenece al folclor y que refleja la picardía del hombre humilde de los pueblos hispanoamericanos. Intentaré hacer un reseña breve para que se me entienda mejor.
Por ese tiempo Pedro Urdemales estaba tan arruinado que había tenido que caer en la mendicidad. De este modo, golpea la puerta de una casa y le dice a la patrona: "Señora; sería su merced tan generosa que me llenara este tarrito con agua para prepararme una sopita de piedras, mire que tengo tanto hambre". La mujer, sorprendida, le pregunta: "¿Cómo es eso de preparar una sopa de piedras?". Urdemales explica que elige tres piedras de buen tamaño, ni muy grandes, ni demasiado pequeñas y se cuecen a fuego lento hasta que sueltan el caldo. "Entonces se toma bien caliente" concluye. No sin muchas dudas la mujer le llena el tarro con agua y se queda mirando cómo Pedro prepara la sopa. Éste selecciona tres piedras, las limpia bien limpias y las echa al agua. Como la mujer lo está observando, le dice: "Señora; sería usted tan bondadosa de convidarme, si le sobraran, unas dos papitas para ponerle a la sopa, para que quede un poco más enjundiosa". La mujer conmovida de la pobreza del hombre y lo magro de su almuerzo, le convida dos papas que él añade a la sopa de piedras. Antes de poner al fuego el tarro de sopa el hombre mira con ojos lastimosos a la mujer y le pide: "¿Y no tendría por ahí una zanahoria vieja que me sirviera para dar color a la sopa?". La mujer le convida la zanahoria y también, del mismo modo un trozo de zapallo. Con el mismo artilugio Urdemales consigue media cebolla, un puñado de arroz, y hasta tiene la desvergüenza de pedir un hueso viejo.
"Si tuviera, mi señora linda, un huesito de esos que le tiran al perro, nada más que para la consistencia, que me pudiera facilitar y después se lo devuelvo". La mujer conmovida le da, por supuesto, un trozo de carne. "Señora" dice por último el pícaro, "¿No me haría la bondad de ponerme al fuego mi tarro de sopa hasta que las piedras suelten el caldo?". "¡Como no!, buen hombre" dice la dueña y le cocina la sopa de piedras a Urdemales. Cuando ésta está lista, el hombre se sienta a la sombra de un árbol y con extremo cuidado saca las tres piedras y las bota a un lado antes de tomarse su magnífica cazuela con un estupendo trozo de carne, ante la mirada atónita de la patrona.
Esta historia me hace pensar, y quienes sepan de cocina pueden estar en acuerdo u opinar en un sentido completamente diverso, que muchas veces el elemento central de un plato resulta casi sobrante en el contexto de este. Podría dar como ejemplo la paella o arroz a la valenciana, donde el arroz, por sí mismo tiene tan poca gracia, que aliñando y aliñando el plato con un marisco y otro, con chorizos y carnes, azafrán para el color y tanto otro, lo que hace sabor al plato y gusta, no es el arroz que sólo sirve de volumen, sino todos los otros adobos y acompañamientos. Es también así, casi siempre con ciertas ensaladas verdes, a las que quitamos el sabor a pasto con aceite de oliva, limón o vinagre, talvez mayonesa, queso rayado, salsa de soya, algo de picante, trocitos de aceitunas y cuanto más. La salsa añadida llega a ser tan sabrosa que uno termina por pensar que por qué mejor no sacarle el pasto que no le hace mérito alguno.
Casi siempre el narrador inexperto, tal vez sea lo mismo con el poeta novato, busca para construir una historia o un poema, un hecho fundamental, sorpresivo o impactante o en poesía un sentimiento de intensa profundidad. A falta de ello a veces se estruja la imaginación hasta las más bizarras fantasías que llegan a rayar la puerilidad. No obstante si uno analiza muchas grandes obras literarias, su contenido es de una sencillez increíble: Un niño que no quiso crecer, cuya voz tan aguda rompía los vidrios, o un novio que devuelve a la novia porque no es virgen, desatando un asesinato brutal ejecutado con una ingenuidad infinita, o el largo periplo de una familia para enterrar a la madre, que concluye en la compra de un fonógrafo y una nueva mujer. Cuantas veces ese centro de la historia es casi una disculpa para un relato riquísimo, lleno de eventos y elementos que son los que traen aparejados el interés del lector y componen el verdadero valor narrativo. Muchas veces parecería que las mejores obras literarias son como una sopa de piedras, donde la disculpa para interrumpir al lector y capturar su atención es el garlito de las piedras que luego se sacan y se botan, dejándonos una sabrosa cazuela.
Después de mucho tiempo tejiendo historias, sin demasiada aptitud para lo sorpresivo, sino más bien interesado en la reflexión que se va enredando en el relato, puedo decir que como en la cocina, casi siempre el encanto de la obra literaria lo hacen los aliños y las salsas más que el arroz o las piedras. Talvez por eso la poesía nunca abandone el lirismo y la narrativa no llegue jamás a ser lineal y sorpresiva.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cortalo un poquito no crees?
si no lo haces nadie va a querer leerlo.