sábado, 14 de abril de 2007

La otra conferencia (Kepa Uriberri)

Ya se cumple un año, casi, de mi salida a aquella primera y desastrosa conferencia a la que fui invitado y me llevó por primera vez a Madrid. Aunque no quisiera no puedo dejar de recordar a esa mujer, preciosa por lo demás y a qué decir, con más garbo aún que hermosura y bueno es reconocerlo, con más desprecio que garbo, que me dijo: "¡Ala! Que te coges aquel bus que te deja en la plaza Colón. Son unas pocas calles; luego te vas preguntando a la gente que veas mejor vestida, que ya la conocerán". Este año al menos sé donde está La Taberna del Alabardero y sé que las veintitantas cuadras desde la Plaza de Colón no son pocas, pero, iluso, decidí sentirme madrileño, talvez por el olvido; o peor: Por audacia. Decidí irme en metro. Había visto la estación Colón y allá cerca de la taberna la estación Ópera. Sólo era cosa de combinar la línea cuatro con la cinco y viajar cuatro estaciones al sur. Esta vez venía preparado, de corbata y traje elegante. Así subí al metro, confiado y alegre en Colón.
Lo extraño comenzó cuando en vez de llegar a la estación Alonso Martínez me encuentro en Serrano. Ignorante y dudoso me quedé en el carro: "Será la siguiente", me dije. Nada: La siguiente fue Velázquez y la otra Goya. Entonces me bajé y quise pasar al otro andén para devolverme, convencido que había tomado el sentido contrario. Por alguna razón que no me era del todo clara, me parecía que el sentido de retorno que había tomado no era del todo inverso al anterior. De hecho cuando se detuvo el tren en la estación siguiente, era muy distinta a las que había estado. Una joven a mi lado me miraba curiosa, como si supiera que me hallaba perdido. Le pregunté el nombre de la estación: "Príncipe de Vergara" me dijo y la música de esa "g" suave de las españolas me recorrió eléctrica desde el oído hasta el vientre y la imagen de su lengua sobre los dientes en la "c" de las españolas me clavó su rostro y la sonrisa de sus ojos moros, en la memoria. "Pero... ¿como llego a Alonso Martínez?" dije. "Pues nada" me contestó, "que sigue usté hasta Ópera y ahí combina al norte por la cinco". "¿Cómo?" me sorprendí; "si yo iba a Ópera, pero al revés... ¿Por qué...?" dije desorientado y me volvió mi propia imagen de hace un año cuando recordaba a los provincianos perdidos en la estación del tren con sus maletas de hule desvencijadas, cuando salí del aeropuerto de Barajas. Volví a cantarme entonces:
«Ahí van los huasos(*)
con su animal
luciendo ricos aperos
y mancos corraleros
que atajan bien»
Otra vez estaba tan perdido y me sentía tan provinciano como esos huasos.
Habíamos llegado a la siguiente estación y la joven se bajó, agitando su bolso rojo. Mientras descendía me dijo: "Cuatro estaciones más y ya está". Su sonrisa era preciosa.
Mientras se alejaba me metí la mano al bolsillo para sacar el papel donde había anotado los datos de mi contacto y la dirección precisa de la Taberna del Alabardero. Miré el papel manuscrito y decía "Ventura Rodríguez 13.45 salida oriente. La Taberna cierra los lunes". Se parecía a mi propia letra, pero no era lo que yo había escrito. Di vueltas el manuscrito pensando que quizás eso era un apunte de alguna idea para escribir, pero del otro lado no había nada. Me registré todos los otros bolsillos pensando que me había equivocado de papel, pero no tenía ningún otro. Ahora sí, me sentí perdido. El tren se detuvo por cuarta vez; ¿o era sólo por tercera?. Di un salto y me bajé, me sentía desorientado. Como perdido salí de la estación y la plaza Isabel II no estaba al norponiente sino al sur y la Calle del Arenal al otro lado. Entonces me di cuenta que la estación era Sol y la Plaza Puerta del Sol y estaba de nuevo perdido: ¿Donde me había bajado?. Me volví a meter al metro mientras me reprochaba que eran tres y no cuatro las estaciones pasadas. Otra vez entre encrucijadas y andenes, bajadas y portales me subí a un tren equivocado, o en la dirección equivocada de modo que la estación siguiente no fue Ópera sino Callao. Me pregunté si no habría andado sólo dos estaciones desde que se bajó la joven del bolso rojo y decidí seguir. Miré la hora: Era la una y treinta y dos minutos.
El tren se detuvo. "¿Qué estación es esta?" pregunté a un pasajero que recién abordaba. "Plaza de España" me dijo hosco. "¿Y la que viene?" repuse. "¡Qué va!. Ventura Rodríguez y luego San Bernardo y después Moncloa" dijo casi furioso. "Gracias" murmuré y recordé el manuscrito en mi bolsillo. Metí la mano, lo saqué y leí otra vez: "Ventura Rodríguez 13.45 salida oriente. La Taberna cierra los lunes". Miré de nuevo la hora: trece treinta y ocho. A penas abrió las puertas me bajé. Me di cuenta que estaba asustado, o que sentía vértigos. Busqué la salida del oriente y subí. Después de algunos minutos la vi aparecer. Tal como decía el manuscrito hallado en mi bolsillo eran las trece y curenta y cinco minutos y estaba en la estación Ventura Rodríguez, por la salida oriente.
Era la misma joven. Casi me parecía ver su lengua entre los dientes blancos diciendo "Prín«c»ipe de Ver«g»ara" mientras sus ojos moros sonreían coquetos. La aborde pensando "¡A la cresta la conferencia, la literatura, la editorial y los críticos!" le dije: "No nos podíamos separar sin antes encontrarnos, al menos una vez". Estoy seguro que no me reconoció, pues me azotó con su bolso rojo y me gritó: "¡Apártate de mí, pervertido hijo de puta!", y llamó a la policía. El policía me pidió que me identificara. Le alargué mi pasaporte y le dije: "Soy el escritor Iñaki Irizarri. Estoy en Madrid para dar una conferencia privada en La Taberna del Alabardero". El policía me miró de arriba a abajo y me respondió: "¡Pues yo seré el poeta Vila-Matas, señor...!" y leyó mi pasaporte: "Señor José Malgrite, y lo voy a detener por agresión y faltas a la moral".
Mientras se alejaba, la joven me dijo "Sólo hay espacio para sueños rotos en el Metro de Madrid". Entonces la reconocí: Era la chica del alfanje, la boricua que había estropeado hace un año mi conferencia. Lo había vuelto a hacer y su acento castizo era falso, otra vez.

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