Quino la vio a través de la cristalera, estaba de espaldas, absorbida por las luces y el soniquete de la endemoniada máquina. La llevaba buscando desde hacía horas. Se acercó despacio, respiró hondo, la sujetó por los brazos y le dijo en el tono más calmado que pudo
-Berta, no estoy contento contigo y tú lo sabes, te has vuelto a ir y me siento perdido. No puedes desaparecer sin decir nada, estás convirtiendo nuestras vidas en un caos.
Pero Berta se revolvió y consiguió desasirse. Mientras le arrojaba un desabrido –¡déjame en paz, ya!- recogió apresurada las monedas de la ranura, le empujó para apartarlo y salió a la calle.
Nunca más la volvió a ver. Pese a que siguió rastreando, investigando, indagando, volviéndose loco por recuperarla.
Durante meses fue bar tras bar, garito tras garito buscándola entre esas máquinas diabólicas que, entre frutas y luces de colores, le habían atrapado la voluntad y el alma.
Pilar A.
1 comentario:
¡Esa mañica!
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