miércoles, 14 de febrero de 2007

Tres minutos y treinta y seis segundos (mi cenicero bajito)

Tengo un cenicero, un cenicero bajito, cuando fumo las cenizas se esparcen por igual, es mi cenicero bajito. A veces, cuando las mujeres se enmarañan en distribuir las compras que han traído del supermercado, me siento, enciendo un puro, me recuesto en el sillón con orejeras y arrastro la pieza, es mi cenicero bajito. Que tal, que salgo a la calle, voy a allí arriba donde juegan al ajedrez, y veo niños, y veo jóvenes y viejos, todos a una, jugando al ajedrez, y pienso en las compras, y en dónde encontraré mi consomé favorito, en qué armario, en que rincón, porque las mujeres lo han distribuido todo a conciencia, y en ese momento oigo “jaque”, el caballo se adelanta dos puesto y un sitio y defiende al rey; el viejo mira al joven descaradamente, piensa, fórmula, averigua preguntas y respuestas en los ojos de este chico, sus ojos castaños están veteados como rama de olivo, percibo el brillo, sabe cual es su próximo movimiento, el viejo se encuentra acorralado, tendrá que relegarse a una esquina y cuando el peón avance desafiando el alfil, el no tendrá más remedio que comer con su torre, el siguiente movimiento está pendiente. El viejo se rasca la nariz con astucia, el joven mira distraído pero hay una viveza en sus ojos que hacen pensar que es mucho más listo de lo que quiere aparentar, el viejo avanza su mano torpemente hacia el tablero, y a mitad de camino la retira y vuelve a rascarse la nariz, no está seguro, vacila, algo ha visto, yo contengo por un momento la respiración, con las manos en los bolsillos, parece que todo quedara reducido a ese momento, nada más en el mundo parece más importante, ese instante crucial en que las piezas de ajedrez representan la conquista o la muerte; ahora ya no me acuerdo de la compra que han hecho las mujeres en el mercado, ni tampoco me pregunto donde estará cada cosa, ni me lamento del desorden ordenado de las mujeres, ni de cuando quieren esconderme el tabaco o el güisqui; de todas maneras sé donde lo esconden todo, las mujeres siempre así de previsibles, en el horno, pero en esta hora no, mis ojos quietos y vibrantes esperan el siguiente movimiento, todo el mundo se colapsa, el viejo gesticula y se inclina sobre el tablero, el joven empieza a perder la paciencia, el grupo que rodea a los dos contendientes va aflorando con más cabecitas que se unen al asunto, la cuestión está determinada, el chico ganará, parece que lo sabe, una sonrisa felina atraviesa el perfil de sus labios, lo sabe, estoy seguro, está seguro, no puede fallar, todo depende del siguiente movimiento, el viejo finalmente se decide, va a errar, haga lo que haga perderá, de eso no hay duda. Nervioso me enciendo un puro, y mientras me agacho por el cansancio de estar tanto tiempo de pie, alargo la mano y busco, absurdamente, mi cenicero bajito.


Nacho


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